Alegoría al Bicentenario

Alegoría al Bicentenario
Alegoria al Bicentenario: Grito de la libertad
"De medico y loco, todos tenemos un poco" Tal vez, de artista también. Al menos hoy en día, cuando es tan fácil acceder a cursos, materiales, etc. Y la verdad, dando una vueltita por las paginas de nuestros diarios, encontramos siempre alguna propuesta para visitar galerías, exposiciones individuales, colectivas, y nombres nuevos que surgen. Algunos quedan, otros desaparecen. Hace casi 20 años que me dedico a la pintura al oleo. Participe de algunas exposiciones, hice una individual, hace dos años, y bueno, ahora me decidí a entrar a ese mundo fascinante de los "bloggers". Mis motivos favoritos son los caballos y los paisajes, tanto del Paraguay, como también de otros lugares. De a poquito compartiré con ustedes mis obras. Siempre trato de que mis cuadros cuenten alguna historia, o sea, que no sean meramente decorativos.Quiero darle al espectador la posibilidad de adentrarse en un paisaje, sentir el sol caliente nuestro que se refleja en caminos arenosos,la sombra refrescante que brinda un viejo árbol al costado de un sendero en un campo abierto. Así que, : BIENVENIDOS A MI MUNDO

domingo, 20 de mayo de 2012

La Burbuja


La Burbuja
La casa duerme su sueño de abandono y misterio. El césped, prolijamente cortado del lado de ambos vecinos, en contraste abismal con el jardín abandonado que rodea al caserío amarillo con sus ventanales ciegos de suciedad, polvo y telarañas. En el garaje se encarroñan dos vehículos cubiertos de tierra y de los excrementos de las aves, que encontraron aquí un refugio nocturno. Los autos ya fueron el blanco de algunos chicos que durante el día se aventuraron en invadir la propiedad inerme a golpe de pedradas. Los vidrios rotos de algunas ventanas y los parabrisas rajados, lo evidencian al igual que algunos graffiti que demuestran el repudio y el rechazo del vecindario. Porque esta casa tiene una historia, una historia triste, una historia ininteligible para muchos, una historia que aun sigue en la memoria y que eriza la piel. Al anochecer ya nadie quiere pasar frente al caserón amarillo y los vecinos, que aun viven a ambos lados, tratan de no ver, tratan de olvidar…..
En esta casa vivía un hombre con la vida hecha: una profesión, un trabajo, una familia. Una familia común y corriente, como tantas otras en los alrededores. Una esposa, dos hijos adolescentes. Ambos pupilos del colegio más prestigioso del entorno, buenos alumnos y buenos amigos de muchos. Con las exigencias propias de los jóvenes de hoy y del entorno en el que vivían, en un decir: buenos chicos, pero ajenos a las preocupaciones del padre; al igual que la madre, que vivía su mundo en el circulo social que la rodeaba. Nada sabía ella, ni los hijos, de las obscuras nubes que fueron amontonándose en el horizonte racional de aquel hombre con el que convivían a diario. Nada sabían de los miedos, de la ansiedad y del desasosiego que día tras día iban creciendo, envolviendo a ese hombre en las marañas impenetrables de una psique doliente.
Con cierta curiosidad y sorpresa los chicos obedecieron aquella noche fría de invierno a la orden del padre de volver temprano de una fiesta de quince años, más temprano de lo común. Ni la hija, que generalmente conseguía todo, suplicando, obtuvo el permiso de llevar a la casa a una amiga, compañera del colegio. “Vengan solos”, fue la orden. Así que volvieron a regañadientes, ella y el hermano y también la madre abandono el grupo de las amigas, habitual encuentro de los sábados, alegando una disculpa deslucida.
 ¿Se dieron cuenta, al llegar a la casa, del estado de ánimo lúgubre y desmarrido del padre, del esposo? ¿Bebieron algo, comieron algo antes de retirarse a los dormitorios? Nadie lo sabe, no hubo testigos y las paredes blancas de la casa se visten de silencio encalado. De aquellas horas solo quedaron como testimonio los mensajes de los chicos a sus compañeros, desahogando su frustración por tener que volver temprano, chateando  con los amigos.  Los celulares en mano, siguieron chateando, escuchando música, hasta que al final se durmieron, cayendo en un sueño profundo; ellos y la madre. ¿Era un sueño inducido con somníferos? Nadie lo supo decir jamás, porque así como se durmieron, el  jardinero los encontró a la mañana siguiente: fríos y muertos, asfixiados por las manos del padre, por las manos del esposo. ¿Se habrían defendido?  No había señal de alguna lucha. Yacían en sus camas, los rostros azules, en el cuello las marcas de los dedos que los ahorcaron. Y el hombre, el asesino, el loco, yacía ensangrentado al lado de la cama de su hijo, el ultimo al que él había asesinado, entre los dedos una navaja con la cual se había cortado las venas y un celular con el que había llamado al jardinero y una carta, manchada de sangre:….”No quiero que a mis hijos y a mi esposa alguna vez les llegue a faltar algo. Mi situación económica ya no me permite mantener esta vida que llevamos y mis hijos viven ajenos a la realidad… viven en una burbuja. Muero con ellos, es la única solución que tengo”….

 El hombre sobrevivió al intento del suicidio y ahora él vive en una burbuja, en la burbuja de la locura y de la demencia. En una enajenación total a la realidad, sin sentir remordimientos o dolor; encerrado tras las rejas, nunca entenderá lo que hizo o lo que paso en aquella noche y la verdad, nosotros, los vecinos, también seguimos sin entender.
                                                                                                         Janina Bradler                                                      

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