En vida hermano,
en vida...
“Cuando vos te mueras, mamá,
nosotros nos volveremos ricos”, me suelen decir mis hijos. A mi pregunta, la
respuesta es elocuente: “Porque cuando mueras, tus cuadros valdrán una
fortuna”.
A lo largo de la historia de
escritores, artistas y pintores; el velo misterioso de la muerte siempre tiende
a enaltecer trascendentalmente tanto a la obra como a su autor. No por último,
porque después de muerto, ni el autor, ni el pintor, ni el artista, seguirá
publicando, actuando o pintando y, efectivamente, lo último que fue publicado,
será indefectiblemente lo último. Ya no habrá más. Ya nunca. Y eso creo que es
algo irremediable. Pero, hay algo en todo esto que merece ser analizado a
fondo.
El ser humano en general está sujeto
a la opinión de otros, o de los medios de comunicación. Son pocos los que
seriamente tratan de establecer una opinión propia sobre algo o alguien. Por
otro lado, hay muchos que sí lo hacen, pero luego temen de hacer público su
punto de vista en relación a cualquier cosa, por recelo “al qué dirán” y
aceptan ciegamente lo que opina y piensa la masa.
Con respecto al arte y a la
literatura es lo mismo. Recién cuando un personaje conocido y respetado (no sé
porqué) nombra públicamente alguna obra, haciendo una crítica favorable, la
gente se inclina a darle oídos, a un escritor por ejemplo, que sin el parloteo
de los medios pasaría desapercibido; por más buenas que sean sus obras. Pasa lo
mismo con la pintura. ¿Cuántos pintores buenos tenemos en nuestro país, que por
falta de medios no pueden darse a conocer? Los pintores famosos de la
actualidad son muy pocos. Los demás son simples adeptos que viven entre
sombras, anhelando que algún día alguien importante de la sociedad se tropiece
con sus obras, lo elogie, y mejor todavía, lo compre. Porque si un fulano
renombrado compró o nombró un libro o una obra de arte, la cosa
gana otro tinte: el afeite de la importancia social.
Muy parecido a este fenómeno que se
da cuando alguna obra es mencionada favorablemente por los medios de prensa,
ocurre cuando un escritor, pintor o artista muere. Y si la muerte es trágica, o
si el individuo en cuestión falleció aun siendo joven, más relevancia tiene.
Ahí sí, todos lo elogian, cubren su túmulo de laureles, pronuncian palabras
desgarradoras y recitan epitafios que al pobre prójimo ya no le tocará
los oídos. ¿Por qué no se le dijo todo eso cuando aún estaba vivo? ¿Por qué no
se le dio la debida importancia a sus obras cuando aún había oportunidad de intercambiar ideas con aquella
mente brillante?
Tratemos de loar
las obras de escritores y artistas mientras viven. Tomémonos el tiempo de leer
las publicaciones de los autores ahora; apreciemos las obras de los pintores
hoy y por su belleza, no después, cuando ya sea tarde y nuestro respeto y admiración
sea tan sólo el eco de una mención de honor póstuma.
¡En vida hermano, en vida!
Janina Bradler
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