Alegoría al Bicentenario

Alegoría al Bicentenario
Alegoria al Bicentenario: Grito de la libertad
"De medico y loco, todos tenemos un poco" Tal vez, de artista también. Al menos hoy en día, cuando es tan fácil acceder a cursos, materiales, etc. Y la verdad, dando una vueltita por las paginas de nuestros diarios, encontramos siempre alguna propuesta para visitar galerías, exposiciones individuales, colectivas, y nombres nuevos que surgen. Algunos quedan, otros desaparecen. Hace casi 20 años que me dedico a la pintura al oleo. Participe de algunas exposiciones, hice una individual, hace dos años, y bueno, ahora me decidí a entrar a ese mundo fascinante de los "bloggers". Mis motivos favoritos son los caballos y los paisajes, tanto del Paraguay, como también de otros lugares. De a poquito compartiré con ustedes mis obras. Siempre trato de que mis cuadros cuenten alguna historia, o sea, que no sean meramente decorativos.Quiero darle al espectador la posibilidad de adentrarse en un paisaje, sentir el sol caliente nuestro que se refleja en caminos arenosos,la sombra refrescante que brinda un viejo árbol al costado de un sendero en un campo abierto. Así que, : BIENVENIDOS A MI MUNDO

sábado, 28 de septiembre de 2013

Karaí Octubre

Y el viento me hablaba…..

            Esta mañana el cielo amaneció nublado. Una brisa fría del Este juguetea con las hojas de los árboles y penetra entre las rendijas de ventanas y puertas. Asomo la nariz por la puerta entreabierta y la vuelvo a cerrar. Nada agradable. Preparo el mate. No me estira hacer mi caminata hoy. Me envuelvo en mi poncho y mate en mano, salgo a la terraza. ¿Por qué siempre ese viento incómodo? pienso, lanzándole una mirada indignada al polvo y las hojas secas que cubren el piso de layotas coloniales. Un remolino agarra mi poncho que se me lía por el brazo y casi se me cae el mate al suelo.
            -Carámba- digo. -¿No puedes dejar de soplar, viento loco?- Escucho algo así como una risa burlona, un silbido que desaparece por la esquina de la casa. Es el viento.
            -¿Cómo?- pregunto. -¿Acaso me escuchas? Entonces, puedes parar de soplar. Estás insoportable. Me llenas la casa de polvo, hoy estás frío y no sirves para nada.- La repuesta a mi indignación es una ventolera que casi parece disfrutar de mi enojo. De pronto, el viento se calma.
            -¿No vas a salir hoy?- pregunta, jugando suavemente con los flecos de mi poncho que es más bien una ruana, abierta por el frente.
            -¿Salir a caminar?- respondo. –No gracias, con esas ráfagas heladas, ni pensar.-
            -Pero, ayer también caminaste. Ayer también estuve y no me hiciste caso.-
            -Es que ayer había sol-, respondo. El viento resuella como un caballo que está dispuesto a romper en galope. Me causa gracia y me río.
            -Vámonos- dice, estironeándome el poncho. –Hoy te acompaño, o tú me acompañas, como quieras. Pero larga ya este mate por hoy. Se hace tarde y no tengo mucho tiempo.-
            -¿De qué tiempo me hablas?- pregunto, mientras guardo el mate y cambio el poncho por un abrigo con capucha.
            -Ah- me responde el viento. –Noto que no sabes nada acerca de mis obligaciones. Eres igual que todos los demás humanos. O me maldicen o imploran y lloran mi ausencia cuando mi amigo, el sol, les regala calor. Vamos, tengo mucho que contarte y de mostrarte.-
            Cierro la puerta y allá vamos. El viento juega con las hojas, levanta polvo y silba entre las ramas.
            -Vamos por aquí- dice y susurra entre la paja de maíz que cubre los sembrados. Entre marlos y algunas espigas olvidadas, brotan tímidamente los primeros tallos de la soja. Una perdiz se levanta en vuelo, lanzando su peculiar gorjeo de alarma. No la vi, me asusto y mi compañero se ríe en bufidos. Ahora sopla con calma, despeinando suavemente a su paso a un joven eucalipto que le responde con una ráfaga aromática de sus hojas largas, finas y plateadas. El terreno se inclina hacia un arroyito. No se lo ve, solo se escucha el murmullo y chapalateo del agua. En las coronas de los árboles cantan palomas del bosque su monótona melodía y de cuando en cuando se desliza una ratonera entre el denso ramaje del matojo que bordea las plantaciones.
            De pronto el viento aumenta. Entra con brío al matorral y vuelve, tratando de originar remolinos, queriendo levantar la paja de maíz y el pasto seco.
            -Te falta el sol- le digo y agarro una pajita seca que logró levantar al aire, tirándomela en son de juego.
            -Veo que sabes algo de la naturaleza- me dice, despeinándome con picardía. –Es cierto lo que dices. Sin el calor del sol es difícil hacer remolinos. Eso solo lo saben hacer mis hermanos grandes que viven en las aguas del Caribe.-
            -No me hables de esos huracanes- le digo. –Son terribles, hacen mucho daño y se cobran tantas vidas, año tras año.-
            -Nadie le obligó a los humanos a asentarse en esas regiones- es la respuesta lacónica, casi indiferente, de mi camarada del camino y luego agrega: - soy orgulloso de esos hermanos míos. Son majestuosos, casi omnipotentes. Y tengo muchos; muchos hermanos y a la vez, cada uno de nosotros tiene un gemelo. En otros pagos traen lluvia, allá son anticipe de grandes sequías, del frío o del calor.-
            Parece un chico soberbio, altivo. Arranca unas hojas verdes en un arrebato de jactancia, pero enseguida se calma y con voz sandunguera me pregunta si no he notado cierta diferencia desde que salimos.
            -¿Diferencia en qué? – le pregunto. –Está todo igual, el cielo sigue cubierto, tu vas soplando de la misma manera…-  De repente me envuelve un aire más cálido, casi suave. No es aquel viento frío del amanecer. Detengo mi andar para despojarme del abrigo.
            -¿Lo notas ahora? Ya sientes calor, jajaja…. Humanos….. En balde te quejaste hoy a la mañana del viento frío… ¡Pahhh! Pero ya te dije, no sabes nada acerca de mí.-
            Mientras el viento me habla, doblo el abrigo y retomo el caminar. El me rodea en círculos juguetones.
            -¿Sabes porque ahora estoy tibiecito?- me pregunta y sin esperar respuesta, prosigue: - Permíteme que me presente- Casi literalmente veo como hace una reverencia, se quita el sombrero y soltando un soplón, dice: -Soy el Viento Norte, Karaí Octubre como me llaman aquí en Paraguay- -Mucho gusto- respondo. –Pero eso ya lo sabía. Lo que me extraña es que hoy estás, o estabas frío.- -Ha,ha,- se ríe el viento. –Eso es, porque en horas tempranas me acompaña mi hermano del Este. Ahora se fue a descansar. Nosotros, los vientos, obedecemos a leyes milenarias. Como ya te dije, somos muchos hermanos. Aquellos del Caribe por ejemplo…- Lo interrumpo bruscamente. – No me sigas hablando de esas tormentas. Son avasalladoras. No respetan nada, destruyen todo. ¿Qué gracia les causa la destrucción?-
            El viento no me responde. Zarandea los gajos, tuerce arbustos pequeños y se reconcentra como un tigre que está al acecho. Estamos atravesando ahora un bosquecillo de Eucaliptos. De pronto el aire está saturado de sonidos; retumbos, murmullos, silbidos y susurros. Viene de lejos, va aumentando y rompe en un mugido como el de lejanas olas.
            -¡Cierra los ojos!- me grita el viento. -¡Ciérralos y siente el sinfonismo que reina en la naturaleza! Ustedes siempre buscan sinónimos. Aquí tienes uno, soy el sinónimo del agua. ¡Escucha!-  Obedezco y me quedo quieta. Tiene razón. Son olas, olas del mar. Rompientes que se quiebran en las rocas, en la arena de la playa. Se alejan, vuelven, en un ritmo harmonioso.
            -Ahora ven al otro lado del camino. ¿Ves aquel pinar? ¿Quieres escuchar otra de mis melodías?- Le sigo y entro a la penumbra de ese bosque de pinos. El aroma es único; fresco, limpio. Y allá en lo alto el viento comienza su cadencia con un Piano; luego sigue un Andante, terminando en un Fortissimo Crescendo. No suena igual al de los Eucaliptos, no son olas. Es un retumbo continuo como el de una gran cascada de agua. Ininterrumpido, incesante. Me dejo llevar por esos sonidos y el aroma. Hasta me olvido del viento, el artífice de estos instantes maravillosos, y de aquellos hermanos, los huracanes, de los cuales éste Karaí Octubre está tan orgulloso. Pareciera que mi amigo leyó mis pensamientos. Va desciendo y a la par, la melodía del pinar se acalla. Ahora el viento me habla en susurros.
            -Acá, en éstos países del hemisferio sur, voy cargado de calor y aire seco. Por eso me atribuyen muchas cosas.- Da unas cuantas vueltas, aplastando el pajonal que crece en la bajada. - Pero son cuentos de viejas- dice algo indignado, dándole unos puntapiés a un viejo y olvidado sombrero que va a parar al medio de la calle de tierra colorada.
            -Dicen que traigo enfermedades, que las personas enloquecen cuando soplo en noches de luna llena. Es mentira. La gente se enferma porque vive desnaturalizada. Se alimenta mal, ya no soporta las inclemencias del tiempo. Si hace frío, ya no sale y si hace calor, viven a merced de aquellos aparatos que ustedes llaman de aire acondicionado. ¿Acondicionado a qué? Si lo natural siempre fue y será mejor que todo aquello inventado por el hombre. Y con respecto a los dementes; bueno, esas personas no soportan escuchar mis melodías; mis cuentos de tierras lejanas. Por donde paso, recojo misceláneas, anécdotas, versos, historias. Desde miles de años. Solo aquellos que saben escuchar, que saben oír entre susurros, no enloquecen, crecen y maduran.
            Se me hace que mi amigo comienza a polemizar; no estoy del todo de acuerdo con él, pero no digo nada. Al rato, sigue hablando.
            -Cuando te dije que no tenía mucho tiempo, me refería a que en algunas horas debo llegar al sur. ¿Recuerdas los brotes de soja allá en los bajos? Necesitan agua. Y es por eso que estoy a camino, desde ayer. Mi hermano allá ya me espera y volveremos juntos. Le ayudo a traer las nubes pesadas, cargadas de agua y de energía eléctrica; tan importante para la tierra. Al volver, como entenderás, mis ráfagas estarán cargadas de Espinillo helado. Por eso aquí nadie le quiere a mi hermano, el viento sur. A mí me pasa lo mismo allá en el hemisferio norte. Allí soy frío, amenazante y hostil. Bueno, esos son los atributos que me regaló la humanidad. Soy ajeno a todo eso, al igual que todos nosotros, los vientos. Tan solo obedecemos órdenes. Órdenes del Universo. Ah, y están también mis hermanas, las brisas. Ellas son suaves, a veces frescas, otras veces muy cálidas. De ellas hablan los poetas, los románticos. Las enaltecen, las colorean según lo necesitan. Pero el verdadero hombre se ríe de las brisas. Para él, no cuentan. Somos nosotros los importantes, los vientos, las tormentas. Siempre fuimos útiles. Y seguimos siéndolo. El hecho de que a veces arrasamos con todo y no hay amarre que nos contenga, no es culpa nuestra. La humanidad va diezmando aquello que nos gusta, aquello que se vuelve nuestro instrumento, aquello que tiene la bravura y el coraje de oponerse a nuestra fuerza: el bosque, los árboles. Ven, te lo muestro.-
            Bajamos caminando la calle de tierra colorada. En la zanja, donde cruza un arroyo, se plantó una parcela de trigo. El viento toma aliento y el trigal se agita. Ondean y flotan las espigas, formando remolinos y remansos. Fluyen las briznas como en torrentes y las espigas forman crestas que suben y bajan como si fueran olas del océano. Me quedo un rato a observar el espectáculo mareante. Luego subo la cuesta y el viento viene conmigo. Me siento en una piedra y puedo ver el camino, serpenteando entre trigales, bosques y pajonales. Cuando decido volver, el viento me acompaña. Por momentos jugueteando en el suelo, luego sube, despeinando los arboles, silbando y cantando. Siento que va ganando fuerza y recuerdo la canción que dice “y voy con el viento a mi favor”. Graciosamente me va empujando cuesta arriba. Cuando llego a casa, el viento se despide con un último rugido entre los altos gajos de los nogales en el patio.
            -Recuerda-, me dice, - cuando hoy al medio día ya no me sientes, es porque llegué al sur. Nos vemos dentro de algunas horas. ¡Adiós!-
            -Adiós-, le digo. En lo alto ondean las copas de los árboles, cantan la melodía impuesta por el viento que se va. El cocotero extiende sus hojas largas, como diciéndole adiós con su fronda. Ojala que no vuelva con tanta bravura, queriendo imitar a sus adorados hermanos del Caribe. Lluvia mansa si, tormenta…. No gracias. Adiós Karaí Octubre………..


Janina Bradler

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