Alegoría al Bicentenario

Alegoría al Bicentenario
Alegoria al Bicentenario: Grito de la libertad
"De medico y loco, todos tenemos un poco" Tal vez, de artista también. Al menos hoy en día, cuando es tan fácil acceder a cursos, materiales, etc. Y la verdad, dando una vueltita por las paginas de nuestros diarios, encontramos siempre alguna propuesta para visitar galerías, exposiciones individuales, colectivas, y nombres nuevos que surgen. Algunos quedan, otros desaparecen. Hace casi 20 años que me dedico a la pintura al oleo. Participe de algunas exposiciones, hice una individual, hace dos años, y bueno, ahora me decidí a entrar a ese mundo fascinante de los "bloggers". Mis motivos favoritos son los caballos y los paisajes, tanto del Paraguay, como también de otros lugares. De a poquito compartiré con ustedes mis obras. Siempre trato de que mis cuadros cuenten alguna historia, o sea, que no sean meramente decorativos.Quiero darle al espectador la posibilidad de adentrarse en un paisaje, sentir el sol caliente nuestro que se refleja en caminos arenosos,la sombra refrescante que brinda un viejo árbol al costado de un sendero en un campo abierto. Así que, : BIENVENIDOS A MI MUNDO

miércoles, 26 de junio de 2013

Don Ramón

            Un hombre de mediana estatura. De una edad no tan bien definida, si bien algunas canas en las sienes y unas pocas arrugas alrededor de sus ojos cuando sonríe, demuestran que ya no es un jovencito. Pero siempre alegre, siempre servicial y atencioso.
            Lo conozco desde hace ocho años. Con su postura humilde detrás del mostrador de la sección de los cárnicos en un pequeño supermercado, lo vi por primera vez. Toda su apariencia irradiaba pulcritud e higiene. Los paños, con los que limpiaba el cuchillo cada vez que cortaba un trozo de carne requerido por un cliente, blancos y limpios. Los cambiaba a menudo. Y si nadie compraba carne, Don Ramón estaba sumamente ocupado en desarmar y limpiar la sierra o el molino de carne. Aunque lo tuviera que volver a usar enseguida. Y nunca contestaba con un –no hay- Siempre encontraba algo con que satisfacer a su clientela. Recomendando un corte nuevo, una carne de oveja recién llegada o un pernil de cerdo, jugoso y apetitoso. Nosotras, las amas de casa, llevábamos muchas veces algo que en un principio no habíamos tenido en mente. Y bueno, entonces, en vez del estofado, el guiso o la milanesa, para el medio día había un pernil dorado al horno o una salsa suculenta, hecha con la carne molida fresca y de primerísima calidad; molida sobre la hora por Don Ramón.
            El supermercado cerro, después de algunos años. La competencia con un gigante que abrió una sucursal a poca distancia, hacían imposible y obsoleta la subsistencia del pequeño local. En una euforia, todos los habitantes de la zona invadían el nuevo supermercado que ofrecía prácticamente de todo. Abierto hasta altas horas en la noche e incluso sábados, domingos y feriados, atraía a las masas con ofertas especiales, productos exóticos del lejano oriente y con la facilidad de poder pagar con todas las tarjetas de crédito que el mercado local ofrece.
            El pequeño supermercado donde trabajaba nuestro amigo, se transformo en un restaurante que vende comida por quilo. Y Don Ramón, en una esquina que fue apartada para ese fin, seguía vendiendo carne. Con la misma amabilidad de siempre, pero con el semblante mucho menos feliz.
            Al poco tiempo, el restaurante necesitaba de aquel espacio que ocupaba la carnicería y Don Ramón desapareció con él. Los pormenores no me son familiares y seguramente tampoco a tantos otros que formaban su clientela. Ahora todos íbamos al supermercado grande; hasta incluso, la carne era mucho más barata. ¡Qué suerte la nuestra! Las cosas no estaban como para no apreciar la oportunidad de adquirir la misma calidad en cárnicos y embutidos por menor precio. Pero…. ¿era realmente la misma calidad? Al principio, si. La calidad buena, el precio bueno, la atención buena. Que más se podía pedir.
            Pero como en muchos de los casos, cuando un negocio  empieza a dar rentabilidad, la eficiencia del personal y la calidad de los productos tienden a decaer. Aquí no fue distinto. Una vez formada una clientela segura, ya la carne no era la misma. Y sin mencionar la falta de higiene que se hace sentir cuando se guarda la carne por algunos días en el refrigerador y adquiere un olor y sabor desagradable. ¿Vieron la mosca que baila su danza fecunda entre los cortes de costilla?
 Las verduras muchas veces marchitas y la panadería incapaz de ofrecer una calidad constante y buena. En las góndolas faltaban cada vez más las exquisiteces que en un principio atrajeron al público y más de una vez, el sistema fallaba y no aceptaba las tarjetas de crédito. También la atención y/o reacción de las cajeras dejó mucho que desear. Y no tan solo de ellas. Los muchachos de la sección de carnes, las chicas que atienden la fiambrería: o son pocas o son desinteresadas. A veces hay tres, cuatro, cortando carne, empaquetando quesos y jamón, mientras hay una fila de diez o más personas esperando. ¡Eso sí, esperando con una paciencia angelical! Acá en Paraguay nos falta aprender a reclamar…
            Y si por desventura alguien quiere comprar carne molida a las diez de la mañana, un –no hay- seco y desentendido por parte de los muchachos, afilando sus cuchillos, es la respuesta. Y… por las dudas, ¿no podrían hacer el favor y moler un quilo o dos? La respuesta es clara y contundente: -Ahora no hay señora- Pero, como dije: no protestamos, no hacemos escándalo, no defendemos nuestro derecho de consumidor. Porque eso  somos. Consumidores. Ya no somos clientes a los cuales se les conoce por el nombre. A los cuales se les pregunta cómo anda la familia, el trabajo, el perro. Y entonces nos damos la media vuelta y nos vamos, porque diagonalmente frente al gran supermercado esta la solución para casos como este. En un local que ya vio transitar por sus cuatro paredes un sinfín de establecimientos como una heladería, una boutique, una tienda, abrió sus puertas la carnicería de Don Ramón. Y allí está él de vuelta. Con su sonrisa de siempre, con su inigualable capacidad de ofrecer y vender.
            -¿Carne molida? Pero claro que sí. Y aunque no tuviera molino, ¡a cuchillazo limpio se lo prepararía señora! ¿Cuánto puede ser?
            Y allí estamos, todas las amas de casa de vuelta, seducidas por el trato y por los cortes de carne de Don Ramón, el Carnicero de Ley.

Joana

1 comentario:

Unknown dijo...

Muy buena historia.
Que bueno que don Ramón pudo volver al ruedo.
Muchos otros perdieron para siempre esa posibilidad.