El Otoño
Tímidamente el Guayaivi esta tiñendo su
follaje verde oscuro con matices amarronados, casi de color herrumbre y el Kokú
se viste de amarillo claro. Son las
primeras señales de nuestro otoño en Paraguay. En algunos patios y jardines,
los crespones y los perales también se visten con su follaje otoñal, un poquito
más colorido y vistoso. Están lejos de poder competir con la explosión de
colores en otros países, como en Europa o en el sur de Argentina y Chile en
esta época del año, pero sin embargo dan aquel toque de quietud, de pequeña
muerte, a las frescas mañanas de Marzo.
El equinoccio le da la bienvenida al
otoño en nuestro hemisferio donde se conjuga con la Semana Santa. La naturaleza,
que se cubre con velos de pasividad y de reposo, preparándose para el invierno,
transmite ese sosiego a los humanos. Ya los calores del verano se han ido, el
cielo, después de algunas lluvias, extiende su bóveda celeste con una nitidez
infinita, alegrando los corazones y elevando el espíritu. Es Semana Santa: tiempo
de reflexiones, vida en familia, reuniones alrededor del tatacua donde se dora
la chipa y de donde el Día del Jueves Santo surge el suculento y tradicional
asado de carne de cerdo; tradiciones otoñales de nuestra gente, porque el
Viernes Santo nadie prende fuego, nadie habla en voz alta, nadie hace ni
escucha música y los adultos reprenden a los chicos si estos hacen algún ruido
cuando inocentemente se dedican a sus juegos de siempre.
Hasta las tres de la tarde todo es
silencio, un silencio otoñal, un silencio de Semana Santa…… bueno, así fue al
menos hasta hace unas décadas atrás en nuestro país. Hoy por hoy, en vano el
otoño trata de recordar a la gente que llega una época de descanso, que llega la Semana Santa , que llega un
tiempo de reflexión y de quietud. Las fiestas del carnaval van hasta mucho más allá
del Miércoles de Ceniza, las discotecas siguen funcionando, fiestas se siguen
celebrando. Pasan los vehículos con monstruosos equipos de sonido, haciendo
vibrar el diafragma de todo transeúnte, contaminando e interrumpiendo el
silencio de la naturaleza de forma brutal e inhumana; o tal vez, sea justamente
muy, pero muy humano. Ningún animal irracional se comportaría así.
La violencia con la cual se impone el ruido es despiadada, despiadada al
igual que la propia gente. Nadie piensa en que tal vez a uno que otro le
molesta lo que ellos llaman “música”.
Transitan con sus vehículos equipados con cajas, buffers y demás yerba
frente a hospitales, recorren los barrios, se juntan en las estaciones de servicio;
no respetan horarios, mucho menos Semana Santa. Y el otoño, que en otros
tiempos resaltaba el silencio de la
Pascua , queda visible y audible tan solo en el recuerdo de algunos; aquellos que hoy sufren con el ruido
violento que trae consigo el progreso, el desarrollo y la democracia; porque hoy en día, por
democracia se entiende que cada cual puede hacer lo que quiere y cuando quiere.
Y las viejas tradiciones, la celebración
de la Semana Santa
durante la quietud otoñal, no son más que quimeras del pasado. Ya no existen
los “Temikuaa” de antaño que con su respeto a la naturaleza y el miramiento a
las cosas, imponían la obediencia y el orden a los demás… y si es que en algún
lugar aun se conservan con sus viejos códigos, el ajetreo y la agitación del mundo
actual no les permite ni a ellos regocijarse con la calma que es propia de esta
época del año. El bullicio y el fragor arrasan hasta con el propio otoño…………..
Janina Bradler
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