La casa duerme su sueño de abandono y misterio. El césped, prolijamente
cortado del lado de ambos vecinos, en contraste abismal con el jardín
abandonado que rodea al caserío amarillo con sus ventanales ciegos de suciedad,
polvo y telarañas. En el garaje se encarroñan dos vehículos cubiertos de tierra
y de los excrementos de las aves, que encontraron aquí un refugio nocturno. Los
autos ya fueron el blanco de algunos chicos que durante el día se aventuraron
en invadir la propiedad inerme a golpe de pedradas. Los vidrios rotos de
algunas ventanas y los parabrisas rajados, lo evidencian al igual que algunos graffiti
que demuestran el repudio y el rechazo del vecindario. Porque esta casa tiene
una historia, una historia triste, una historia ininteligible para muchos, una
historia que aun sigue en la memoria y que eriza la piel. Al anochecer ya nadie
quiere pasar frente al caserón amarillo y los vecinos, que aun viven a ambos
lados, tratan de no ver, tratan de olvidar…..
En esta casa vivía un hombre con la vida hecha: una profesión, un trabajo,
una familia. Una familia común y corriente, como tantas otras en los
alrededores. Una esposa, dos hijos adolescentes. Ambos pupilos del colegio más
prestigioso del entorno, buenos alumnos y buenos amigos de muchos. Con las
exigencias propias de los jóvenes de hoy y del entorno en el que vivían, en un
decir: buenos chicos, pero ajenos a las preocupaciones del padre; al igual que
la madre, que vivía su mundo en el circulo social que la rodeaba. Nada sabía
ella, ni los hijos, de las obscuras nubes que fueron amontonándose en el
horizonte racional de aquel hombre con el que convivían a diario. Nada sabían
de los miedos, de la ansiedad y del desasosiego que día tras día iban
creciendo, envolviendo a ese hombre en las marañas impenetrables de una psique
doliente.
Con cierta curiosidad y sorpresa los chicos obedecieron aquella noche fría
de invierno a la orden del padre de volver temprano de una fiesta de quince
años, más temprano de lo común. Ni la hija, que generalmente conseguía todo,
suplicando, obtuvo el permiso de llevar a la casa a una amiga, compañera del
colegio. “Vengan solos”, fue la orden. Así que volvieron a regañadientes, ella
y el hermano y también la madre abandono el grupo de las amigas, habitual
encuentro de los sábados, alegando una disculpa deslucida.
¿Se dieron cuenta, al llegar a la
casa, del estado de ánimo lúgubre y desmarrido del padre, del esposo? ¿Bebieron
algo, comieron algo antes de retirarse a los dormitorios? Nadie lo sabe, no
hubo testigos y las paredes blancas de la casa se visten de silencio encalado.
De aquellas horas solo quedaron como testimonio los mensajes de los chicos a
sus compañeros, desahogando su frustración por tener que volver temprano,
chateando con los amigos. Los celulares en mano, siguieron chateando, escuchando
música, hasta que al final se durmieron, cayendo en un sueño profundo; ellos y
la madre. ¿Era un sueño inducido con somníferos? Nadie lo supo decir jamás,
porque así como se durmieron, el jardinero los encontró a la mañana siguiente: fríos
y muertos, asfixiados por las manos del padre, por las manos del esposo. ¿Se
habrían defendido? No había señal de
alguna lucha. Yacían en sus camas, los rostros azules, en el cuello las marcas
de los dedos que los ahorcaron. Y el hombre, el asesino, el loco, yacía
ensangrentado al lado de la cama de su hijo, el ultimo al que él había
asesinado, entre los dedos una navaja con la cual se había cortado las venas y
un celular con el que había llamado al jardinero y una carta, manchada de
sangre:….”No quiero que a mis hijos y a mi esposa alguna vez les llegue a
faltar algo. Mi situación económica ya no me permite mantener esta vida que
llevamos y mis hijos viven ajenos a la realidad… viven en una burbuja. Muero
con ellos, es la única solución que tengo”….
El hombre sobrevivió al intento del
suicidio y ahora él vive en una burbuja, en la burbuja de la locura y de la
demencia. En una enajenación total a la realidad, sin sentir remordimientos o
dolor; encerrado tras las rejas, nunca entenderá lo que hizo o lo que paso en
aquella noche y la verdad, nosotros, los vecinos, también seguimos sin
entender.
Janina Bradler
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