Y el viento
me hablaba…..
Esta mañana el cielo amaneció
nublado. Una brisa fría del Este juguetea con las hojas de los árboles y
penetra entre las rendijas de ventanas y puertas. Asomo la nariz por la puerta
entreabierta y la vuelvo a cerrar. Nada agradable. Preparo el mate. No me
estira hacer mi caminata hoy. Me envuelvo en mi poncho y mate en mano, salgo a
la terraza. ¿Por qué siempre ese viento incómodo? pienso, lanzándole una mirada
indignada al polvo y las hojas secas que cubren el piso de layotas coloniales.
Un remolino agarra mi poncho que se me lía por el brazo y casi se me cae el
mate al suelo.
-Carámba- digo. -¿No puedes dejar de
soplar, viento loco?- Escucho algo así como una risa burlona, un silbido que
desaparece por la esquina de la casa. Es el viento.
-¿Cómo?- pregunto. -¿Acaso me
escuchas? Entonces, puedes parar de soplar. Estás insoportable. Me llenas la
casa de polvo, hoy estás frío y no sirves para nada.- La repuesta a mi
indignación es una ventolera que casi parece disfrutar de mi enojo. De pronto,
el viento se calma.
-¿No vas a salir hoy?- pregunta,
jugando suavemente con los flecos de mi poncho que es más bien una ruana,
abierta por el frente.
-¿Salir a caminar?- respondo. –No
gracias, con esas ráfagas heladas, ni pensar.-
-Pero, ayer también caminaste. Ayer
también estuve y no me hiciste caso.-
-Es que ayer había sol-, respondo.
El viento resuella como un caballo que está dispuesto a romper en galope. Me
causa gracia y me río.
-Vámonos- dice, estironeándome el
poncho. –Hoy te acompaño, o tú me acompañas, como quieras. Pero larga ya este
mate por hoy. Se hace tarde y no tengo mucho tiempo.-
-¿De qué tiempo me hablas?-
pregunto, mientras guardo el mate y cambio el poncho por un abrigo con capucha.
-Ah- me responde el viento. –Noto
que no sabes nada acerca de mis obligaciones. Eres igual que todos los demás
humanos. O me maldicen o imploran y lloran mi ausencia cuando mi amigo, el sol,
les regala calor. Vamos, tengo mucho que contarte y de mostrarte.-
Cierro la puerta y allá vamos. El
viento juega con las hojas, levanta polvo y silba entre las ramas.
-Vamos por aquí- dice y susurra
entre la paja de maíz que cubre los sembrados. Entre marlos y algunas espigas
olvidadas, brotan tímidamente los primeros tallos de la soja. Una perdiz se
levanta en vuelo, lanzando su peculiar gorjeo de alarma. No la vi, me asusto y
mi compañero se ríe en bufidos. Ahora sopla con calma, despeinando suavemente a
su paso a un joven eucalipto que le responde con una ráfaga aromática de sus
hojas largas, finas y plateadas. El terreno se inclina hacia un arroyito. No se
lo ve, solo se escucha el murmullo y chapalateo del agua. En las coronas de los
árboles cantan palomas del bosque su monótona melodía y de cuando en cuando se
desliza una ratonera entre el denso ramaje del matojo que bordea las
plantaciones.
De pronto el viento aumenta. Entra
con brío al matorral y vuelve, tratando de originar remolinos, queriendo
levantar la paja de maíz y el pasto seco.
-Te falta el sol- le digo y agarro
una pajita seca que logró levantar al aire, tirándomela en son de juego.
-Veo que sabes algo de la
naturaleza- me dice, despeinándome con picardía. –Es cierto lo que dices. Sin
el calor del sol es difícil hacer remolinos. Eso solo lo saben hacer mis
hermanos grandes que viven en las aguas del Caribe.-
-No me hables de esos huracanes- le
digo. –Son terribles, hacen mucho daño y se cobran tantas vidas, año tras año.-
-Nadie le obligó a los humanos a
asentarse en esas regiones- es la respuesta lacónica, casi indiferente, de mi
camarada del camino y luego agrega: - soy orgulloso de esos hermanos míos. Son
majestuosos, casi omnipotentes. Y tengo muchos; muchos hermanos y a la vez,
cada uno de nosotros tiene un gemelo. En otros pagos traen lluvia, allá son
anticipe de grandes sequías, del frío o del calor.-
Parece un chico soberbio, altivo.
Arranca unas hojas verdes en un arrebato de jactancia, pero enseguida se calma
y con voz sandunguera me pregunta si no he notado cierta diferencia desde que
salimos.
-¿Diferencia en qué? – le pregunto.
–Está todo igual, el cielo sigue cubierto, tu vas soplando de la misma manera…-
De repente me envuelve un aire más
cálido, casi suave. No es aquel viento frío del amanecer. Detengo mi andar para
despojarme del abrigo.
-¿Lo notas ahora? Ya sientes calor,
jajaja…. Humanos….. En balde te quejaste hoy a la mañana del viento frío…
¡Pahhh! Pero ya te dije, no sabes nada acerca de mí.-
Mientras el viento me habla, doblo
el abrigo y retomo el caminar. El me rodea en círculos juguetones.
-¿Sabes porque ahora estoy
tibiecito?- me pregunta y sin esperar respuesta, prosigue: - Permíteme que me
presente- Casi literalmente veo como hace una reverencia, se quita el sombrero
y soltando un soplón, dice: -Soy el Viento Norte, Karaí Octubre como me llaman
aquí en Paraguay- -Mucho gusto- respondo. –Pero eso ya lo sabía. Lo que me
extraña es que hoy estás, o estabas frío.- -Ha,ha,- se ríe el viento. –Eso es,
porque en horas tempranas me acompaña mi hermano del Este. Ahora se fue a
descansar. Nosotros, los vientos, obedecemos a leyes milenarias. Como ya te
dije, somos muchos hermanos. Aquellos del Caribe por ejemplo…- Lo interrumpo
bruscamente. – No me sigas hablando de esas tormentas. Son avasalladoras. No
respetan nada, destruyen todo. ¿Qué gracia les causa la destrucción?-
El viento no me responde. Zarandea
los gajos, tuerce arbustos pequeños y se reconcentra como un tigre que está al
acecho. Estamos atravesando ahora un bosquecillo de Eucaliptos. De pronto el
aire está saturado de sonidos; retumbos, murmullos, silbidos y susurros. Viene
de lejos, va aumentando y rompe en un mugido como el de lejanas olas.
-¡Cierra los ojos!- me grita el
viento. -¡Ciérralos y siente el sinfonismo que reina en la naturaleza! Ustedes
siempre buscan sinónimos. Aquí tienes uno, soy el sinónimo del agua. ¡Escucha!-
Obedezco y me quedo quieta. Tiene razón.
Son olas, olas del mar. Rompientes que se quiebran en las rocas, en la arena de
la playa. Se alejan, vuelven, en un ritmo harmonioso.
-Ahora ven al otro lado del camino.
¿Ves aquel pinar? ¿Quieres escuchar otra de mis melodías?- Le sigo y entro a la
penumbra de ese bosque de pinos. El aroma es único; fresco, limpio. Y allá en
lo alto el viento comienza su cadencia con un Piano; luego sigue un Andante,
terminando en un Fortissimo Crescendo. No suena igual al de los Eucaliptos, no
son olas. Es un retumbo continuo como el de una gran cascada de agua.
Ininterrumpido, incesante. Me dejo llevar por esos sonidos y el aroma. Hasta me
olvido del viento, el artífice de estos instantes maravillosos, y de aquellos
hermanos, los huracanes, de los cuales éste Karaí Octubre está tan orgulloso.
Pareciera que mi amigo leyó mis pensamientos. Va desciendo y a la par, la
melodía del pinar se acalla. Ahora el viento me habla en susurros.
-Acá, en éstos países del hemisferio
sur, voy cargado de calor y aire seco. Por eso me atribuyen muchas cosas.- Da
unas cuantas vueltas, aplastando el pajonal que crece en la bajada. - Pero son
cuentos de viejas- dice algo indignado, dándole unos puntapiés a un viejo y
olvidado sombrero que va a parar al medio de la calle de tierra colorada.
-Dicen que traigo enfermedades, que
las personas enloquecen cuando soplo en noches de luna llena. Es mentira. La
gente se enferma porque vive desnaturalizada. Se alimenta mal, ya no soporta
las inclemencias del tiempo. Si hace frío, ya no sale y si hace calor, viven a
merced de aquellos aparatos que ustedes llaman de aire acondicionado.
¿Acondicionado a qué? Si lo natural siempre fue y será mejor que todo aquello
inventado por el hombre. Y con respecto a los dementes; bueno, esas personas no
soportan escuchar mis melodías; mis cuentos de tierras lejanas. Por donde paso,
recojo misceláneas, anécdotas, versos, historias. Desde miles de años. Solo
aquellos que saben escuchar, que saben oír entre susurros, no enloquecen,
crecen y maduran.
Se me hace que mi amigo comienza a
polemizar; no estoy del todo de acuerdo con él, pero no digo nada. Al rato,
sigue hablando.
-Cuando te dije que no tenía mucho
tiempo, me refería a que en algunas horas debo llegar al sur. ¿Recuerdas los
brotes de soja allá en los bajos? Necesitan agua. Y es por eso que estoy a
camino, desde ayer. Mi hermano allá ya me espera y volveremos juntos. Le ayudo
a traer las nubes pesadas, cargadas de agua y de energía eléctrica; tan
importante para la tierra. Al volver, como entenderás, mis ráfagas estarán
cargadas de Espinillo helado. Por eso aquí nadie le quiere a mi hermano, el
viento sur. A mí me pasa lo mismo allá en el hemisferio norte. Allí soy frío, amenazante
y hostil. Bueno, esos son los atributos que me regaló la humanidad. Soy ajeno a
todo eso, al igual que todos nosotros, los vientos. Tan solo obedecemos
órdenes. Órdenes del Universo. Ah, y están también mis hermanas, las brisas.
Ellas son suaves, a veces frescas, otras veces muy cálidas. De ellas hablan los
poetas, los románticos. Las enaltecen, las colorean según lo necesitan. Pero el
verdadero hombre se ríe de las brisas. Para él, no cuentan. Somos nosotros los
importantes, los vientos, las tormentas. Siempre fuimos útiles. Y seguimos
siéndolo. El hecho de que a veces arrasamos con todo y no hay amarre que nos
contenga, no es culpa nuestra. La humanidad va diezmando aquello que nos gusta,
aquello que se vuelve nuestro instrumento, aquello que tiene la bravura y el
coraje de oponerse a nuestra fuerza: el bosque, los árboles. Ven, te lo
muestro.-
Bajamos caminando la calle de tierra
colorada. En la zanja, donde cruza un arroyo, se plantó una parcela de trigo.
El viento toma aliento y el trigal se agita. Ondean y flotan las espigas,
formando remolinos y remansos. Fluyen las briznas como en torrentes y las
espigas forman crestas que suben y bajan como si fueran olas del océano. Me
quedo un rato a observar el espectáculo mareante. Luego subo la cuesta y el
viento viene conmigo. Me siento en una piedra y puedo ver el camino,
serpenteando entre trigales, bosques y pajonales. Cuando decido volver, el
viento me acompaña. Por momentos jugueteando en el suelo, luego sube,
despeinando los arboles, silbando y cantando. Siento que va ganando fuerza y
recuerdo la canción que dice “y voy con el viento a mi favor”. Graciosamente me
va empujando cuesta arriba. Cuando llego a casa, el viento se despide con un
último rugido entre los altos gajos de los nogales en el patio.
-Recuerda-, me dice, - cuando hoy al
medio día ya no me sientes, es porque llegué al sur. Nos vemos dentro de
algunas horas. ¡Adiós!-
-Adiós-, le digo. En lo alto ondean
las copas de los árboles, cantan la melodía impuesta por el viento que se va. El
cocotero extiende sus hojas largas, como diciéndole adiós con su fronda. Ojala
que no vuelva con tanta bravura, queriendo imitar a sus adorados hermanos del
Caribe. Lluvia mansa si, tormenta…. No gracias. Adiós Karaí Octubre………..
Janina
Bradler
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