(Fotografía de Internet)
CURIOSOS E INDISCRETOS: ¡VIVA LA COTILLA !
“La curiosidad mató al gato”, se dice. Ignoro al momento el origen de tal afirmación, pero, de que la curiosidad ya mató a mucha gente es un hecho consumado.
A la altura del kilómetro 23 de la Ruta Internacional Nº VII, un ómnibus de larga distancia se desvió del camino. Ahora, tumbado con sus pasajeros desafortunados, el motor da su último rugido. No pasó nada grave. Afortunadamente, un pequeño barranco y una laguna panda acogieron al colectivo casi delicadamente, por así decirlo. Una vez que los pasajeros, el chofer y el guarda comprueban que no están lastimados seriamente y que esta vez fue sólo un susto, bajan del vehículo; algunos ya se ríen y hacen comentarios jocosos.
Mientras tanto, a ambos lados de la Ruta Internacional , se formó una fila interminable de gente curiosa. Descienden de sus vehículos. Algunos dejan la puerta de su auto, camioneta o camión, abierta, el motor en marcha, y se acercan corriendo al lugar del accidente. Ahora a una fila llega otro colectivo, y por supuesto, también para. Una avalancha humana inunda la ruta y en pocos minutos tenemos el mejor de los congestionamientos del día: estos atascos a los cuales ya deberíamos estar tan acostumbrados.
Esta vez, los curiosos están chasqueados. No hay heridos, mucho menos algún muerto. Pero por lo menos lograron interrumpir el tránsito por contados minutos. Ya los primeros bocinazos surgen desde la cola de cada fila, aumentando a un concierto estrépito en segundos. Aquellos que no pueden ver lo que pasó más al frente experimentan la sensación de suspenso y alivian su frustración arremetiendo la bocina.
¿O será que realmente alguien se detuvo con la seria intención de ayudar? Lo dudo mucho. Si ocurre un accidente lamentable, algo que lastimosamente nuestras rutas cobran a diario, la curiosidad morbosa de la gente aumenta inevitablemente lo crítico de la situación. Aglomerados alrededor de algún pobre infeliz que yace dislocado, bañado en sangre en el asfalto, imposibilitan al máximo cualquier ayuda que podría socorrer a aquel prójimo. Y los vehículos, abandonados por los fisgones, bloquean la ruta por kilómetros. Como nadie tuvo la precaución de encender las luces intermitentes, en minutos se produce el obligatorio choque en serie. Embiste uno, le sigue el otro y el tercero o cuarto a veces se cobra la vida del ocupante del segundo, que quedó apretado dentro de su auto transformado en un bandoneón.
¡Vaya! Qué suerte esta para nuestros curiosos. Otro espectáculo más que agita el día. Y ya llegó la prensa. Con un poco de suerte, en el noticiero de las 8, saldrán en primera plana. Hombres, mujeres y niños corren excitados hacia las cámaras. Los más pequeños saltando como ranas, anhelando ser por lo menos por un día los protagonistas. Nadie les enseñó que la máxima que rige en situaciones de accidentes es:
DETENERSE SÓLO SI SE PUEDE AYUDAR O DE LO CONTRARIO, AVISAR A QUIEN CORRESPONDA.
Y nunca está demás, mientras seguimos nuestro camino, orar en silencio. Por los involucrados y por uno mismo. Al final, muchos de nosotros estamos expuestos día a día al peligro de las rutas.
Joana
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