Asunción,
domingo, uno de Agosto del 2004. En Villa Elisa la familia Ortiz se estaba
preparando para ir a visitar a una tía en el barrio Santísima Trinidad. Iban ir
todos. Doña Manuela de Ortiz y su esposo Pedro discutían aun lo del almuerzo,
cuando su yerno, Carlos, dijo que él se encargaría de eso, comprando algo de
comida lista del supermercado grande. Su señora, Gloria, termino de peinar a la
hija y dándole los últimos toques al moño del vestidito verde de la niña, se
acordó de la fecha: ¡hoy era el uno de Agosto! El día del tradicional Carrulín. ¿Era el verde mate del vestido
que le hizo recordar ese viejo clasicismo paraguayo? Ella no lo sabía, pero
salió al jardín a buscar una ramita de ruda.
-¡Mama!-
le grito Gloria a Doña Manuela que ya estaba sentada en la camioneta. -¿Dónde está
tu planta de ruda que siempre tenias aquí en ésta maceta? Quiero preparar el carrulin para llevarlo a lo de la tía; así
lo tomamos todos juntos.-
-No se
mijita- dijo Doña Manuela bajándose de la camioneta. –Creo que se me secó. Pero
podemos pedirle a mi vecina. ¡Qué suerte que te acordaste! Mira, que ni tu
padre pensó en eso hoy.-
Las dos
mujeres salieron a la calle para ir a la casa de la vecina. Don Pedro y su
yerno se encogieron de hombros, resignados a esperar. –Mujeres- murmuraron.
Como si fuera que no podían comprar ruda por ahí… Pero si Gloria se había propuesto
algo, no paraba antes de obtenerlo. Así
que, Don Pedro volvió a entrar a la casa para buscar la botella con caña que
siempre estaba en el aparador del comedor. Estaba vacía. Bueno, comprarían una
en el supermercado.
Las
mujeres volvieron, satisfechas con la ruda en mano. -¿Y la caña?- pregunto
Gloria al marido. –Termino- respondió Carlos. –Pero no te preocupes, compro una
botella en el super.-
-No,
no- dijo Gloria con vehemencia. –Voy aquí nomas a la despensa, quiero llevarlo
pronto a lo de la tía.- Y a pesar de las protestas de los demás, agarro su
bolso y volvió a salir. Tardo un montón, porque había mucha gente en el Almacén
de Don Nicolás, y cuando por fin volvió con su botella de caña, ya eran casi
las diez de la mañana. Gloria machaco la ruda en un morterito de palo santo
mientras que su padre, rezongando, cortaba los limones. La niña y la abuela ya
esperaban en la camioneta y Carlos les apuraba a su esposa y al suegro.
-Vámonos
ya, que tengo que comprar la comida de ida- dijo en tono impaciente. –Primero
pasamos por lo de la tía- repuso Gloria rotundamente. –Tomamos todos el carrulin y luego nos vamos a buscar la
comida.- ¿Cómo oponerse a tanta terquedad? Carlos suspiro y fue a ocupar su
lugar detrás del volante.
Por fin
salieron. El transito era fluido y en poco tiempo llegaron a Santísima
Trinidad. La tía los recibió sonriente: con seis copitas y una botella con carrulin. Entre risas y comentarios sobre
el tiempo perdido en busca de ruda y caña, brindaron por la salud de todos, por
los parientes y amigos lejanos. Carlos seguía de mal humor, apretujando por ir
en busca de la comida porque se hacía tarde. –Todo por tu culpa Gloria- dijo
enojado. –Y para mas, tu tía ya tenía preparado el famoso carrulin.- Gloria ni respondió. Conocía el mal genio de su marido y
prefirió callar.
-Traigan
algo de pasta también- dijo la tía, –que allí lo preparan muy rico-
entregándoles una fuente para la pasta y otro recipiente para el asado. Ella no
quería los envases de plástico. Decía que le cambiaban el sabor a la comida.
La nena
también quiso ir; por los postres y
porque sabía que algo el papá le compraría. Ella sabia como manejar a su padre
y siempre se salía con la suya.
-Como
le gusta a la gente quemar la basura- dijo Gloria indignada, subiendo la
ventanilla del vehículo. -Deberían prohibirlo, es tan molesto.- Su esposo
asintió.El humo se hacía cada vez más denso. Carlos, nervioso, tocó la bocina;
había mucha gente en la calle y cada vez aumentaban. Corriendo, cruzando la
calle sin mirar, gesticulando y gritando. ¿Algún accidente que aglomeraba a los
curioso? Pero no, fue otra la razón por la cual cundió el pánico. ¡Era fuego!
Cuando bajaron de la camioneta, el guardia de seguridad del supermercado
cerraba las puertas de acceso. Grandes puertas de vidrio, pesadas, y por
dentro, gente atrapada. Desde afuera las personas tiraban piedras, tratando de
romper el vidrio. Pero éste resistía. Parecía que esas puertas, terribles
aliados de la codicia del dueño de ese local, se burlaban de los gritos y de la
desesperación.
Gloria,
Carlos y la niña quedaron atónitos frente a lo que sería la peor tragedia en
Paraguay. Volvieron a lo de la tía como en trance. Nadie pensó ya en comer. Las
mujeres se santiguaron, murmurando plegarias en voz baja y Gloria, muda, no
podía dejar de mirar la botella con el carrulin
que ella había preparado. Le parecía que a la botella le iban creciendo alas y
que de a poco se transformaba en una tenue imagen de un ángel salvador. El
fuego se había iniciado exactamente cuando ellos habían llegado a la casa de la
tía. ¿Qué hubiera sido de ella, de la niña y de su esposo si no preparaba
aquella botella antes de salir?
Gloria
hoy es mi amiga. Ella me conto esa historia que no es historia. El recuerdo de
aquel día aun sigue vivo en cada paraguayo.......... ¿Y la justicia? Quedo con
los ojos vendados, muda……
Gracias
Gloria por ser terca…. Y gracias por ser hoy mi amiga……… y para todos aquellos
que no conocen el carrulín: es caña a la
cual se le pone ruda y limón. Es una tradición paraguaya tomar un traguito el
primer día de Agosto para ahuyentar los males; parecida a la tradición andina,
en el día de la Pachamama.
Janina Bradler